Gilito era una persona muy, pero
que muy, especial. Aunque frisaba los 40 años, nadie le daba esa edad; para
unos era más viejo y para otros casi un adolescente. Tampoco se podría decir
con exactitud si era de altura media alta o media baja. E incluso su aspecto
limpio y pulcro no se sabía si formaba parte de su idiosincrasia o era producto
del cuidado y esmero de su hermana Eloísa.
En casa de Gilito vivían su
hermana, que era la mayor, y su sobrina Encarnita que temía que se le
"pasase el arroz", ya que según decía "a partir de los treinta,
a vestir santos".
Gilito no sólo era la
indefinición andante, su especialidad era la ternura. Era tan cariñoso, tan
atento, tan respetuoso, que incomodaba el tenerlo cerca. Desde hacía años
Gilito compartía su ternura con un hámster al que llamaba "Mimoco".
También hay que decir que hablaba con las personas, aunque con éstas hablaba
poco y siempre con palabras confusas:
- ¿Verdad que tenemos hoy un buen
día, Don Gilito?-.
- Va, todos los días son buenos-.
Es decir que siempre daba pensar.
Encarnita, la sobrina, ya lo
hemos dicho, desesperaba porque algún hombre se le acercase. Precisamente ese
día, habían invitado a casa al círculo de "Las Mujeres Por La Honestidad y
Las Buenas Maneras" del que la señora Eloísa era presidenta. La velada
tenía la intención de que Encarnita conociera a la madre de un señor muy rico
que aún permanecía soltero. Estaban tan interesadas en producir una buena
impresión a la señora que se aseguraron que el tío Gilito llevase esa tarde a
"Mimoco" al veterinario, al que habían dado instrucciones para que lo
entretuviesen hasta la hora de la cena. Pero con Gilito los deseos siempre iban
en dirección contraria a lo propuesto. Camino del veterinario se encontró con
un hombre que tapaba una botella con un periódico, y al que hacía tiempo que no
había visto.
- Es que he estado estos seis
últimos meses residiendo en dependencias del Estado.
- ¿Es usted funcionario?
- Se le podría llamar así. Aunque
no he hecho oposiciones.
La conversación se alargó y
siguió por otros derroteros, centrándose en "Mimoco" que aún, decía
Gilito, no había comido, por lo que volverían a casa y después irían al
veterinario.
Cuál fue el espanto de la hermana
y la sobrina cuando lo vieron en casa. Gilito se empeñó en presentar el hámster
a las invitadas.
- ¿Quieren que les enseñe Mimoco?
Algunas mujeres no sabían qué
responder, pero al ver al ratón muchas no pudieron reprimir los gritos. En fin,
la fiesta fue un fracaso.
La hermana pidió hora urgente al
psiquiatra. Había que poner remedio a tanto desatino.
Ese día no estaba el titular en
la consulta y a Eloísa no le quedó más remedio que hablar con el ayudante, que
desconocía el caso. La señora Eloísa ponía en antecedentes al médico en espera
de la llegada del historial.
- Mi hermano Gilito siempre ha
vivido con mamá. Por eso ella le dejó todo a él. Mi hija está en edad de
casarse pero todo se le tuerce por culpa de mi hermano y Mimoco...-
Esto le decía, mientras la mujer
entre lágrimas se llevaba el pañuelo a la nariz.
- ¿Su moco?
- No, doctor; Mimoco, es blanco y
peludo.
- ¿Su moco es blanco y peludo?
- No, me refiero a Mimoco, que es
el culpable de todo-. Eloísa no pudo contener las lágrimas.
En ese momento entró la enfermera
con el historial. El doctor lo leyó y ordenó que se llamara urgentemente a una
ambulancia. “-La mujer debe ser internada”. Protestó Eloísa, pero no sirvió de
nada. Fuera esperaba Gilito jugando con el ratón que llevaba en el bolsillo de
la chaqueta. El doctor lo llamó como pariente más cercano.
- Usted acompaña a su hermana. Y
debe saber que he ordenado que se la interne porque presenta un estado
agudo-depresivo.
- Es la primera información que
tengo, doctor.
En ese momento entró la
enfermera; le comunicó al médico que se había producido una confusión: que el
historial correspondía a otra mujer. El doctor se dirigió a Gilito para pedir
disculpas:
-
Debemos pedirle disculpas. Esta tarde hemos cometido un error la
enfermera y yo. No es frecuente, se lo aseguro.
- Son ustedes jóvenes y bien
parecidos; es comprensible.
- Aunque toda la culpa es mía-.
dice ella.
- En realidad soy yo el
responsable-. dice el médico.
Gilito comprensivo se levanta y
estrechándole la mano, le dice:
- Es una actitud que le honra,
algunos pueden considerarla anticuada pero es propia de un caballero, y no me
parecería mal que se casaran.
Por primera vez se tocaron el
joven doctor y la enfermera. Ella le cogió tiernamente la mano y él no la
rechazó. Sus miradas se perdían evocando el futuro al que aludían las palabras
de Gilito.
En esto llegó el titular con el
historial de Gilito. El doctor enfadado recriminó a su ayudante la falta de
responsabilidad. Gilito sacó el ratón de su bolsillo, se lo pasó al titular,
éste a su ayudante y éste a la enfermera y la última se lo pasó a Gilito. Todos
ellos acariciaban a Mimoco, el ratón se estiraba, se hacía una pelotita,
demostrando su elasticidad.
Mientras acariciaban a Mimoco
nacía la necesidad de soñar. La sonrisa apareció en sus caras, cada uno busca
en su fantasía aquel deseo oculto, los presentes empezaban a querer conocerse.
La enfermera preguntó a Gilito:
- ¿Qué es lo que desea, qué es
para usted Mimoco?
- Mimoco es la fantasía, con él
puedo parar el tiempo, ir al lugar soñado y a su retorno tener consciencia de que nada importante ha pasado.
A lo que el médico titular
preguntó:
- ¿Con Mimoco podría recuperar mi
juventud?
- Con Mimoco se es lo que uno
quiere ser, puede volver a la infancia, revivir los cuentos, volver a jugar a
las canicas, o tirar de las trenzas a Mary, o dar aquel beso adolescente que
quedó como una promesa que nunca se cumplió, ser el emperador del mundo o un
santo entregado a la defensa de las causas perdidas.
El médico ayudante también
preguntó:
¿Hay algo en los sueños que se
pueda tocar con las manos?
A lo que respondió Gilito,
cogiendo suavemente la mano de la enfermera:
- Hay seres afortunados que
pueden prescindir de los sueños, naciendo a una nueva realidad compartida; pero
exige no querer ser el más listo y sí el más bondadoso.
Gilito sin soltar la mano de la
enfermera cogió la del ayudante y las unió.
- ¿Por qué el nombre de Mimoco?-.
Le dice la enfermera.
- Las palabras tienen el valor
que nosotros les otorgamos; por sí mismas no dicen nada, quedan en sonidos
guturales que únicamente contienen aire.
Pero la atmósfera de intimidad se
corta con la llegada de la hermana y la sobrina. Eloísa desea venganza, amenaza
con demandar a la consulta de médicos, amenaza con internar a Gilito y ordena
Gilito que le dé ese animal que lo único que hace es esconder la realidad.
Exige al doctor que saque a su hermano del mundo de la fantasía que se ha
creado. Gilito que siempre ha obedecido a su hermana mayor entrega el ratón a
ésta. La cual acaricia al animalito inconscientemente.
El ayudante dice que tiene la
solución:
- Hay que matar a Mimoco en
presencia del señor Gilito. La crueldad
del la acción le hará ver la cruda realidad. A Gilito se le saltan las
lágrimas.
La hermana, que aún está
acariciando el animal, no soporta el dolor del hermano y devuelve Mimoco a
Gilito. Diciendo.
- Te prefiero feliz en la
fantasía que sufriendo en la realidad-. Y les dice a todos: -La realidad no lo
hará más sabio ni mejor, la fantasía lo ha hecho bueno, tierno, compasivo y
mágico. Son nuestros sueños los que nos sostienen.
Gilito y su familia vuelven a
casa. Esta vez todos juntos.
El cuento está inspirado en la película de 1950 "El invisible Harvey" dirigida por H. Kester. Reflexionado sobre la idoneidad de la elección del mensaje en temas de evasión, en éste caso he elegido a un ratón mágico, pero podríamos llegar a la evasión a través de la lectura, el cine, el deporte..., pero la evasión puede tener otras directrices no tan positivas. Nos podemos evadir de tantas maneras...
ResponderEliminarA veces, es mejor fantasear un poco, que vivir la triste realidad.... me gustó mucho, el relato de MIMOCO.
ResponderEliminarUn abrazo
Leonor