P E S C A D O R
De
José Bretones Salinas
Como otros, el día amanece triste y presagioso. Las calles empiezan a
estremecerse con un movimiento rechinante que estalla aquí y allá en voces,
jadeos de motores y toses de tubos de escape. Tengo una cita obligatoria dentro
de dos horas que me ensombrece el ánimo y quiero ir caminando lentamente a ver
si el aire de la calle me ahuyenta las sombras.
Me he venido a la escollera sintiéndome vacío por fuera, lleno por
dentro; como envuelto en un sonido intimo de discurso enriquecedor. Lo escucho
ensimismado porque es la voz cercana de Santiago, ese amigo surcador de libros
y de mares que ha dejado de ser figura concreta para quedarse aquí
definitivamente, ya sin perfiles, derramado por todo este paisaje en el que la
ciudad se asoma al mar.
Este era el sitio ideal para su
alma de gaviota. Las horas que vivía plenamente eran las que pasaba en íntimo coloquio con sus
libros o respirando poesía por esta ribera en la que el trazado urbano frena su
carrera, anonadado frente al inmenso gigante que le sale al paso. Las
demás horas, las que consumía en otros
lugares, eran solo tiempo, pero no vida. A él le gustaba volar y para eso
buscaba este espacio abierto, o el contenido de un libro, o el de sus folios
vacíos en los que vertía su imaginación,
o bien las aguas onduladas y rezongonas
en las que sumergía bramante y garfio colgados de la punta de una larga caña de
bambú.
Aquí sí, la sonrisa; aquí sí, la luz; aquí sí, la libertad. Aquí hoy el
mar me sonríe a mí con franqueza mostrándome por entre los labios rumorosos de
sus ondas la blancura traviesa de la espuma, que pone a mis pies su mensaje de
amistad.
Me anega el resplandor de la mañana, que se está encaramando al
horizonte por allá enfrente y montada sobre las olas viene en mi busca. Esta
visión sin límites de la cambiante planicie azul me libera y me pone también
alas con su invitación larga y ancha, que llega aquí desde el infinito..
Me gusta venir en compañía de alguna lectura. La casa es un vendaje en
mis ojos que me sustrae la luz y me sume en su fondo. La calle una prisión de
ruidos y ventanas cerradas que me aíslan de la belleza. En las figuras que
pasan o me rodean veo continuamente un rictus de preocupación o una lágrima al
borde de la pupila, que viene escapando
de una pena que la agitaba dentro.
Así, de espaldas a esquinas y asfalto, ya no les pertenezco. Ahora soy
del mar y el mar es mío; nada se interpone entre los dos ni nos estorba. Ya
decía Santiago que hay una voz interior
que nos llama a ser libres y nos invita a escanciar nuestra mirada por los
espacios sin muros y sin bardales o a soñar buceando por las páginas de un
libro más allá de límites y prohibiciones. Es decir, a lanzarnos sin trabas a
la aventura de pescar. El buen viejo, por ciencia y por experiencia conocía mucho esa verdad. Por eso me gustaba tanto
sentir la cercanía de su sombra, que se convertía en grata caricia cuando me
alcanzaba su voz pausada y grave para decirme que todos somos un poco o un
mucho pescadores de caña, porque ¿quién no espera entre desengaño y desengaño que
una realidad gozosa pique en el anzuelo de sus ilusiones?
Me hablaba del mar como elemento de comunión entre los hombres… y yo no
lo acababa de entender. Hoy, mirándolo desde esta orilla,, todo me parece más
comprensible: esta porción de agua que me salpica toca con la punta de sus
flecos varios continentes al mismo tiempo, como haciendo un esfuerzo por
ponernos en contacto a los hombres y mujeres de todas las orillas.
El mar nos invita a ir. Y Santiago fue. Conoció a Hemingway en África y
lo volvió a ver en Cuba. Se lamentaba de que a su amigo Ernest le acabara
gustando más la caza que la pesca, tan ruidosas como son las escopetas…
Yo también salí con mis impulsos sin formas y mis ilusiones inconcretas
en pos de un sueño irrealizable, pero desde esta playa me sonaba la música
irrepetible de las voces amadas, las blancas paredes, los cuadros con sus
figuras ocres y sus marcos barrenados por la carcoma, los muebles ya mutilados
pero portadores cada uno de algún recuerdo que forma partes de mí. Era mi
sitio. En otro lugar cualquiera siempre me he considerado ave de paso.
A mi espalda, como brisa
imperceptible, la esperanza. En todas las orillas he esperado siempre el
milagro de una pesca inconcreta. Con la caña de mi utopía en las manos voy
haciendo trayecto sin saber a ciencia
cierta a dónde me lleva el camino ni si la meta estará más o menos lejana. Cada
vez me voy quedando más solo con mi musa, mis libros, mis cuadros, mis muebles
y mis paredes encaladas.. La música de las otras voces queridas es cada vez
menos polifónica. A veces, lo que me acompaña es el silencio, y envueltas en él
sonrisas que ya no son, palabras que ya no suenan, presencias que ya no están.
Después de cada naufragio, de nuevo mi espera de pescador. Otra vez la atracción
de una meta desconocida, lejana e irreal. Tras ella he cruzado por mi tiempo
año tras año, dejándome en cada uno un jirón
de salud, una derrota, una presencia irreemplazable… Y así he llegado hasta
este sol de hoy. Me queda menos salud,
menos fuerzas con que luchar y perder y menos figuras queridas que se me vayan.
Pero sigo adelante y esperando, esperando algo que no sé qué es, con la fe
indefinida del pescador.
Y ahora, otro golpe de mar: la citación que me trajo ayer un hombre de
uniforme.
-Es para una identificación –me dijo.
Hoy no está a mi lado, sino
dentro de mí, la sombra y la elocuencia de mi amigo Santiago, el poeta que
pescaba. Y en mis manos, como un fiel
retrato de los dos, estos versos que me dedicara y que le han encontrado en un
bolsillo de su viejo gabán, cuando levantaron el cadáver de un banco del Paseo
Marítimo, frente al mar, con los ojos abiertos, muy abiertos, como si hubiera
querido abarcarlo entero con su mirada en el momento supremo de decirle adiós:
Sobre esperón como asiento,
a espaldas de toda urgencia,
yergue su austera presencia
un pescador soñoliento.
La mirada, vela al viento,
caña anclada en la paciencia,
atraído a una querencia
por oculto llamamiento:
al que mi oído es sensible
tras del sedal imposible
de la pesca que quisiera,
aunque asomado a mi muro
ni tan solo estoy seguro
de ser pescador siquiera.
tiene un regusto a cuadro pictórico y a diario intimo. Las palabras son evocadoras y sientes el salitre del mar. Le da categoría al blog.
ResponderEliminarMe ha gustado ver esta publicación, amigo José,y como dice Carlos,, le da categoría al blog.
ResponderEliminarUn abrazo
Leonor
Lo que hace afortunado un relato es que el lector no tenga otra opción de meterse -con placer- dentro del mundo interior y el visible. Y de "sufrir" con la experiencia moral de su propio personaje. Eso lo logra muy bien José Bretones. Ya me siento cómodo en su blog. Abrazos.
ResponderEliminarDon Vicente, me permito responder a su comentario. Supongo que con José Bretones tendrá oportunidad de comentárselo de manera más personal. Nos agradan sus comentarios que nos dan confianza para seguir. La idea es publicar un relato o un cuento cada semana (veremos si somos capaces y si aumentamos la calidad, con bretones está asegurada).
EliminarUn abrazo