domingo, 1 de junio de 2014

CUENTOS DE CINE: Jezabel


13/04/2014

Jezabel                                                                       Pintura: Dali

Mi abuela cuenta que en nuestra pequeña ciudad de provincias (allá por mil novecientos y pocos) había una mujer que encarnaba la rebeldía de las jóvenes de su generación. Se llamaba Jezabel, no era preciosa en el sentido corriente de la palabra, pero su porte, su energía, sus ojos, irradiaban encanto. No podías dejar de mirarla sin admirarla. Sus actos dominantes y a veces inflexibles, casi siempre le eran perdonados.



Jezabel estaba tocada por el ángel de la fascinación, era la mujer soñada y temida. Era fácil enamorarse de ella, era difícil no perdonarla. Había algo en ella que te hacía quererla y protegerla de ella misma; había algo de ella que te hubiera gustado corregir. Los hombres basculaban entre la atracción y el temor de sentirse atrapados… había que ser muy hombre para dominarla. Las mujeres querían ser libres como ella, pero no se atrevían. Su ternura, su mirada, podían atraparte como un insecto es atrapado en la tela de araña y cuanto más intentas liberarte más su viscosidad te envuelve y te inmoviliza. Se percibía su poder y era fácil claudicar, asumir dulcemente sus órdenes sin dejar de tener el secreto presentimiento de que estabas perdiendo irremediablemente tu libertad. Ella era consciente de su fuerza.

Mi abuela contaba que un industrial, antiguo pretendiente de Jezabel, llamado Benítez, quizás despechado por no haber conseguido su amor, despidió a uno de sus obreros por atreverse a pronunciar, en un descanso para el almuerzo, el nombre de Jezabel, y ante las protestas de éste también despidió a sus dos hermanos y a un hijo que trabajaba como aprendiz; la fábrica se alborotó, pero varios cabecillas fueron detenidos acusados de robo de material y la cosa se apaciguó. Todos estos rumores, decía mi abuela, daban vida a nuestro pueblo. Los lugareños no se desayunaban con la gaceta, sino que la noticia era qué había o qué no había hecho Jezabel el día anterior.

Al parecer Jezabel estaba comprometida con un rico industrial tan tozudo y orgulloso como ella, pero quizás algo más sensato en opinión general. Andrés, así se llamaba él, quería que su rebelde prometida no subiese a un caballo medio salvaje, pero ella hasta que no consiguió su doma no dejó de montarlo, aunque le costó la fractura de un brazo y la ruptura con su novio. Pero Andrés siempre volvía a los brazos de su amada.

Otro día se desayunaban los pueblerinos con que Jezabel había organizado una fiesta de etiqueta donde se presentó tarde y con ropas de montar, es decir, que asistió a su propia fiesta vestida con ropa de deporte que diríamos hoy.

A esa fiesta, Andrés, no pudo asistir por asuntos de negocios y ella pareció perdonar esta ausencia. Al siguiente día, Andrés, tampoco pudo acompañarla a elegir el vestido apropiado para el evento anual que reunía a lo más florido y enjoyado de la ciudad en el hipódromo. Pero Jezabel le tenía preparada una lección, pensó en dónde le podría hacer más daño y dónde no podría él eludir el enfrentamiento.

No estaba contenta si el mundo no gira alrededor suyo. No se podía decir que fuese mala, pero no controlaba sus rabietas y aunque después se arrepentía solía ser tarde. A Benítez, antiguo pretendiente, casi lo convence para fuera con ella a la fiesta del hipódromo con el fin de castigar a su novio descontento.

Refería mí abuela que se organizaba por la gente pudiente una exhibición de carreras de caballos. En el hipódromo asistía todo lo más granado con sus ropas más exquisitas: las mujeres con sus mejores vestidos y más espectaculares tocados y los hombres con sus levitas de faldones largos y los sombreros de copa más altos.

Jezabel se presentó en el hipódromo con una elegante capa acompañada de Andrés y haciendo su gran entrada se abrió la capa enseñando un traje de baño -que hoy nos parecería púdico-, que fue el escándalo más sonado en ese momento. Andrés en un gesto de rabia no dejó que se volviese a tapar con la capa, se la arrancó y con mirada desafiante permaneció junto a ella durante toda la carrera, pese a las súplicas de Jezabel para que la llevara a casa.

Andrés acompañó a su casa a Jezabel y una vez en la puerta no quiso entrar y dio por terminado el compromiso. Jezabel no se disculpó, lo esperó y esperó... pero Andrés se marchó de la ciudad.

Después de este incidente Jezabel -decía mi abuela-, ya no tuvo vida social, estaba convencida de que más tarde o más temprano, como siempre, Andrés volvería. Éste se fue de la ciudad a la capital, desde donde controlaba sus negocios. Jezabel que antes era un pavo real que nunca cerraba las plumas, ahora era una monja de clausura internada en casa; no salía de ella si no era para galopar en su potro medio salvaje.

En casa era la tortura de la servidumbre a la cual controlaba sin dejar que ni una mota de polvo tuviera tiempo de posarse, ni que el óxido aflorara en la cubertería. Hoy organizaba y disponía los muebles del salón, mañana podría ser la biblioteca o uno de los dormitorios y después podía ser que el salón al cabo de unas semanas volviese a ser redecorado.

Las manos y los ojos estaban en la casa, pero la mente no dejaba de pensar -quería ser humilde, quería tragarse su orgullo, únicamente necesitaba una oportunidad-. A mi abuela mientras me contaba la penuria de amor de Jezabel se le ponían unos ojos soñadores con sólo pensar que un día debería de volver Andrés.

Por aquel tiempo exportábamos artículos de primera necesidad a nuestro vecino del norte que estaba en guerra. Nuestros industriales, se comentaba que estaban haciéndose de oro, mientras que los obreros trabajaban hasta la extenuación para cubrir los pedidos, pero no veían aumentar sus salarios. Empezaron una serie de huelgas en las fábricas del país, nuestra pequeña ciudad, nuestro pueblo, no podía ser menos, y en la fábrica de Andrés los obreros se declararon en huelga. Se decretó el toque de queda en casi todas las ciudades e intervino la Guardia Nacional.

Mi abuela se atribulaba -fue un año después de la marcha de Andrés, pero ahora volvía para controlar de cerca sus asuntos comerciales-.

La noticia de la vuelta de Andrés llenó de alegría y gozo la casa de Jezabel. Volvieron a oírse risas y cada mirada era acompañada de un gesto complaciente. La dueña de la casa ordenó preparar una fiesta; dijo íntima, es decir con los amigos, entre ellos el industrial Benítez; familiares más allegados, su tutor, primos y primas. Mandó cursar invitación a Andrés tan pronto llegase –que tenía prevista su vuelta para el viernes de esa semana-.

El viernes no paraban de llegar carruajes a la casa, todo el vecindario, especialmente la chiquillería celebraban la llegada de cada invitado. Entre aplausos se recibía por los mirones cada pie que dejaba el coche de tiro y se posaba en cada escalón que subía las escaleras hasta el portal, desde donde la servidumbre les acompañaba hasta el interior.

La abuela comentaba que de un cabriolé bajó Andrés, su hermano pequeño que era teniente del ejército con su vistoso uniforme y una mujer menuda de rostro agraciado.

Ya el trío en el gran salón; Jezabel impaciente aprovechó que Andrés saludaba con cariño a un viejo criado, cuando lo apartó a una salita vacía y cubierta de la capa que en su día llevó en el hipódromo, despojándose de la misma, descubrió un bello vestido blanco en el que parecía un nenúfar flotando en un bello estanque, postrándose de rodillas, el vestido desplegó sus pétalos y la flor suplicó:

- Te pido perdón, sabía que volverías a mí, pero yo ya soy otra y no te arrepentirás de tu vuelta-.

La humildad y la belleza de Jezabel conmovieron a Andrés. Mi abuela lo contaba entre lágrimas... -Cuanto más quieres un juguete antes lo rompes, se sabe lo mucho que se ama por lo mucho que se destruye-. Quizás así reflexionaba Andrés, pero no podía mantenerla en el engaño:

- Jezabel, estoy casado, lo nuestro terminó. He vuelto...

- Has vuelto por qué no puedes desprenderte de esta tierra ni de mi ¡Júrame que no me quieres!

- No te quiero como esposa. No sé si hay otras formas de amar... pero no como esposa.

Apareció la tía de Jezabel con la joven agraciada que fue presentada como esposa de Andrés. Jezabel se mordió los labios, sus ojos hubieran hecho arder las cortinas de haber sido sensibles a su mirada, la casa ardía en llamaradas pero el fuego no era percibido por los invitados, todo era rabia y lo que fue amor ahora era odio. Si alguno se hubiese atrevido a tocar a Jezabel, un frio glacial le hubiese recorrido el cuerpo.

En la cena el industrial Benítez explicó que los obreros querían ocupar la fábrica de Andrés con la intención de destruir la maquinaria. A lo que Andrés le respondió:

- Espero que no llegue la locura tan lejos, a mí me arruinarán pero ellos se quedarán sin pan. Creo que podré llegar a un acuerdo, estoy dispuesto a subirles el sueldo y a mejorar las condiciones del economato-.

- No es el momento de ceder -decía Benítez-. Si ven debilidad en los patronos, todos tendremos que subir los sueldos-.

- Podemos -le dijo un banquero invitado- darte un crédito para que aguantes estos primeros días de huelga. Después la Guardia Nacional los meterá en cintura-.

- No quiero una solución provisional -dijo Andrés-, en el fondo todos sabemos que son reivindicaciones justas-.

- En la capital -habló Jezabel- tenéis un punto de vista demasiado liberal, no os importa destruir lo que tanto nos ha costado alzar, lo que tengo no es exclusivamente mío, tengo un deber con mi familia. Si empezamos a dar ahora mañana nos lo quitarán todo.

La conversación fue interrumpida por la noticia de que los obreros al fin habían ocupado la fábrica de Andrés, éste dejó rápidamente la velada y se dirigió a su fábrica.

Jezabel, en un momento que estuvo a solas con Benítez le comentó:

- Andrés debe ser destruido, nos llevará a la ruina-.

 El rostro de mi abuela iba perdiendo dulzura a medida que me contaba la historia. Me dijo que cuando Andrés llegó a la fábrica fue retenido por sus obreros, el hombre quiso ser conciliador, pero la amenaza de que la Guardia Nacional se dirigía hacia ellos, convirtieron las palabras de Andrés en un desesperado intento de ganar tiempo. Fue recluido en un viejo almacén del recinto. La Guardia Nacional ya rodeaba la fábrica y fue precisamente en la zona donde estaba retenido Andrés donde comenzó a prender fuego, de allí salieron unos obreros corriendo con unas pequeñas antorchas y unos botes de material inflamable. La policía ya estaba dentro de la fábrica y las siluetas se recortabas sobre el fondo de fuego del que salían, la Guardia Nacional disparó sobre ellos, donde dos cayeron abatidos por las balas. Uno de los muertos, con ropas de obrero, era Benítez.

A la casa de Jezabel llegó la noticia de la retención de Andrés y que estaba atrapado en el almacén fabril, donde parte de éste ya era pasto de las llamas. Los bomberos estaban intentando apagar el fuego. Cuando llegó Jezabel y la esposa de Andrés, los bomberos les impidieron el paso -Es muy peligroso, la techumbre no aguantará mucho-. Del interior se oían voces de socorro. La esposa de Andrés quiso ir a salvar a su marido, pero Jezabel la retuvo:

- Déjeme, querida que haga algo bueno. A mí no me falta coraje para entrar, tampoco creo que a usted, pero yo puedo actuar con más frialdad. Mis ojos ya no tienen lágrimas que me impidan ver-.

Y mojándose el vestido entró corriendo en dirección al lugar donde los gritos no cesaban de pedir socorro. Mi abuela en ese momento perdió el habla, sus músculos faciales intentaron decirme algo, pero no pudo; un sudor inundó su rostro y se desmayó.

La llevamos a un hospital, tardó tres semanas en recuperarse, pero estaba muy débil y ya no se volvió a hablar más sobre esta historia, ni yo a preguntar...

 

 

 

3 comentarios:

  1. Jezabel es una película de 1938 dirigida por William Wyler y protagonizada por la gran diva Bette Davis.
    - He desarrollado el relato al que llamo "la huelga"; las peripecias las he cambiado, pero creo que he sabido respetar los clímax dramáticos que configuran la historia. Creo que una historia se "redondea" cuando los conflictos expuestos como "constantes" son planteados en cada uno de lo que podríamos llamar actos dramáticos:
    a) Primer acto: tenemos dos constantes: la huelga y el vestido que produce la ruptura (la protagonista pierde lo que más quiere).
    b) Segundo acto: tenemos una constante: el vestido, esta vez representa la humildad (la protagonista lo utiliza como "arma" para recuperar lo que más quiere). Al no conseguir su objetivo decide destruirlo.
    c) Tercer acto: tenemos una constante: la huelga, quiere ser el castigo. La protagonista quiere sacrificarse con su objetivo, o lo salva o se destruyen juntos.

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  2. CARLOS: ESTE RELATO ME HA GUSTADO MAS QUE EL ÚLTIMO QUE PUBLICASTES.
    Me ha transportado a ver las escenas que ha contado, porque las huelgas las he vivido cuando era joven.
    Muy bien contado
    felicidades
    Un abrazo
    Leonor

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  3. Buen guión, exponente de un perfil humano que vemos frecuentemente en nuestra sociedad del siglo XXI. Hemos visto este mismo tratamiento del fenómeno en la literatura clásica, pero era necesario que se tratara en
    la literatura actual puesto que forma parte de nuestro mundo de ahora. Las personas que se convierten en esclavos de su temperamento y sin darse cuenta abordan a sangre y fuego los obstáculos que la vida les va poniendo al paso, acaban siendo derrotadas por esos avatares a los que no han sabido superar con inteligencia. La fuerza no es la mejor herramienta para eludir las dificultades. Y Jezabel no aprendió nunca esta gran verdad.

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