13/04/2014
Jezabel Pintura: Dali
Mi
abuela cuenta que en nuestra pequeña ciudad de provincias (allá por mil
novecientos y pocos) había una mujer que encarnaba la rebeldía de las jóvenes
de su generación. Se llamaba Jezabel, no era preciosa en el sentido corriente
de la palabra, pero su porte, su energía, sus ojos, irradiaban encanto. No
podías dejar de mirarla sin admirarla. Sus actos dominantes y a veces
inflexibles, casi siempre le eran perdonados.
Jezabel
estaba tocada por el ángel de la fascinación, era la mujer soñada y temida. Era
fácil enamorarse de ella, era difícil no perdonarla. Había algo en ella que te
hacía quererla y protegerla de ella misma; había algo de ella que te hubiera
gustado corregir. Los hombres basculaban entre la atracción y el temor de
sentirse atrapados… había que ser muy hombre para dominarla. Las mujeres
querían ser libres como ella, pero no se atrevían. Su ternura, su mirada,
podían atraparte como un insecto es atrapado en la tela de araña y cuanto más intentas
liberarte más su viscosidad te envuelve y te inmoviliza. Se percibía su poder y
era fácil claudicar, asumir dulcemente sus órdenes sin dejar de tener el
secreto presentimiento de que estabas perdiendo irremediablemente tu libertad.
Ella era consciente de su fuerza.
Mi
abuela contaba que un industrial, antiguo pretendiente de Jezabel, llamado
Benítez, quizás despechado por no haber conseguido su amor, despidió a uno de
sus obreros por atreverse a pronunciar, en un descanso para el almuerzo, el
nombre de Jezabel, y ante las protestas de éste también despidió a sus dos
hermanos y a un hijo que trabajaba como aprendiz; la fábrica se alborotó, pero
varios cabecillas fueron detenidos acusados de robo de material y la cosa se
apaciguó. Todos estos rumores, decía mi abuela, daban vida a nuestro pueblo. Los
lugareños no se desayunaban con la gaceta, sino que la noticia era qué había o qué
no había hecho Jezabel el día anterior.
Al
parecer Jezabel estaba comprometida con un rico industrial tan tozudo y
orgulloso como ella, pero quizás algo más sensato en opinión general. Andrés,
así se llamaba él, quería que su rebelde prometida no subiese a un caballo
medio salvaje, pero ella hasta que no consiguió su doma no dejó de montarlo,
aunque le costó la fractura de un brazo y la ruptura con su novio. Pero Andrés
siempre volvía a los brazos de su amada.
Otro
día se desayunaban los pueblerinos con que Jezabel había organizado una fiesta
de etiqueta donde se presentó tarde y con ropas de montar, es decir, que
asistió a su propia fiesta vestida con ropa de deporte que diríamos hoy.
A
esa fiesta, Andrés, no pudo asistir por asuntos de negocios y ella pareció
perdonar esta ausencia. Al siguiente día, Andrés, tampoco pudo acompañarla a
elegir el vestido apropiado para el evento anual que reunía a lo más florido y
enjoyado de la ciudad en el hipódromo. Pero Jezabel le tenía preparada una
lección, pensó en dónde le podría hacer más daño y dónde no podría él eludir el
enfrentamiento.
No
estaba contenta si el mundo no gira alrededor suyo. No se podía decir que fuese
mala, pero no controlaba sus rabietas y aunque después se arrepentía solía ser
tarde. A Benítez, antiguo pretendiente, casi lo convence para fuera con ella a
la fiesta del hipódromo con el fin de castigar a su novio descontento.
Refería
mí abuela que se organizaba por la gente pudiente una exhibición de carreras de
caballos. En el hipódromo asistía todo lo más granado con sus ropas más
exquisitas: las mujeres con sus mejores vestidos y más espectaculares tocados y
los hombres con sus levitas de faldones largos y los sombreros de copa más
altos.
Jezabel
se presentó en el hipódromo con una elegante capa acompañada de Andrés y
haciendo su gran entrada se abrió la capa enseñando un traje de baño -que hoy
nos parecería púdico-, que fue el escándalo más sonado en ese momento. Andrés
en un gesto de rabia no dejó que se volviese a tapar con la capa, se la arrancó
y con mirada desafiante permaneció junto a ella durante toda la carrera, pese a
las súplicas de Jezabel para que la llevara a casa.
Andrés
acompañó a su casa a Jezabel y una vez en la puerta no quiso entrar y dio por terminado
el compromiso. Jezabel no se disculpó, lo esperó y esperó... pero Andrés se marchó
de la ciudad.
Después
de este incidente Jezabel -decía mi abuela-, ya no tuvo vida social, estaba
convencida de que más tarde o más temprano, como siempre, Andrés volvería. Éste
se fue de la ciudad a la capital, desde donde controlaba sus negocios. Jezabel
que antes era un pavo real que nunca cerraba las plumas, ahora era una monja de
clausura internada en casa; no salía de ella si no era para galopar en su potro
medio salvaje.
En
casa era la tortura de la servidumbre a la cual controlaba sin dejar que ni una
mota de polvo tuviera tiempo de posarse, ni que el óxido aflorara en la
cubertería. Hoy organizaba y disponía los muebles del salón, mañana podría ser
la biblioteca o uno de los dormitorios y después podía ser que el salón al cabo
de unas semanas volviese a ser redecorado.
Las
manos y los ojos estaban en la casa, pero la mente no dejaba de pensar -quería
ser humilde, quería tragarse su orgullo, únicamente necesitaba una oportunidad-.
A mi abuela mientras me contaba la penuria de amor de Jezabel se le ponían unos
ojos soñadores con sólo pensar que un día debería de volver Andrés.
Por
aquel tiempo exportábamos artículos de primera necesidad a nuestro vecino del
norte que estaba en guerra. Nuestros industriales, se comentaba que estaban
haciéndose de oro, mientras que los obreros trabajaban hasta la extenuación para
cubrir los pedidos, pero no veían aumentar sus salarios. Empezaron una serie de
huelgas en las fábricas del país, nuestra pequeña ciudad, nuestro pueblo, no
podía ser menos, y en la fábrica de Andrés los obreros se declararon en huelga.
Se decretó el toque de queda en casi todas las ciudades e intervino la Guardia
Nacional.
Mi
abuela se atribulaba -fue un año después de la marcha de Andrés, pero ahora
volvía para controlar de cerca sus asuntos comerciales-.
La
noticia de la vuelta de Andrés llenó de alegría y gozo la casa de Jezabel.
Volvieron a oírse risas y cada mirada era acompañada de un gesto complaciente.
La dueña de la casa ordenó preparar una fiesta; dijo íntima, es decir con los
amigos, entre ellos el industrial Benítez; familiares más allegados, su tutor,
primos y primas. Mandó cursar invitación a Andrés tan pronto llegase –que tenía
prevista su vuelta para el viernes de esa semana-.
El
viernes no paraban de llegar carruajes a la casa, todo el vecindario,
especialmente la chiquillería celebraban la llegada de cada invitado. Entre
aplausos se recibía por los mirones cada pie que dejaba el coche de tiro y se
posaba en cada escalón que subía las escaleras hasta el portal, desde donde la servidumbre
les acompañaba hasta el interior.
La
abuela comentaba que de un cabriolé bajó Andrés, su hermano pequeño que era
teniente del ejército con su vistoso uniforme y una mujer menuda de rostro
agraciado.
Ya
el trío en el gran salón; Jezabel impaciente aprovechó que Andrés saludaba con
cariño a un viejo criado, cuando lo apartó a una salita vacía y cubierta de la
capa que en su día llevó en el hipódromo, despojándose de la misma, descubrió
un bello vestido blanco en el que parecía un nenúfar flotando en un bello
estanque, postrándose de rodillas, el vestido desplegó sus pétalos y la flor
suplicó:
-
Te pido perdón, sabía que volverías a mí, pero yo ya soy otra y no te
arrepentirás de tu vuelta-.
La
humildad y la belleza de Jezabel conmovieron a Andrés. Mi abuela lo contaba
entre lágrimas... -Cuanto más quieres un juguete antes lo rompes, se sabe lo
mucho que se ama por lo mucho que se destruye-. Quizás así reflexionaba Andrés,
pero no podía mantenerla en el engaño:
-
Jezabel, estoy casado, lo nuestro terminó. He vuelto...
-
Has vuelto por qué no puedes desprenderte de esta tierra ni de mi ¡Júrame que
no me quieres!
-
No te quiero como esposa. No sé si hay otras formas de amar... pero no como
esposa.
Apareció
la tía de Jezabel con la joven agraciada que fue presentada como esposa de
Andrés. Jezabel se mordió los labios, sus ojos hubieran hecho arder las
cortinas de haber sido sensibles a su mirada, la casa ardía en llamaradas pero
el fuego no era percibido por los invitados, todo era rabia y lo que fue amor
ahora era odio. Si alguno se hubiese atrevido a tocar a Jezabel, un frio
glacial le hubiese recorrido el cuerpo.
En
la cena el industrial Benítez explicó que los obreros querían ocupar la fábrica
de Andrés con la intención de destruir la maquinaria. A lo que Andrés le
respondió:
-
Espero que no llegue la locura tan lejos, a mí me arruinarán pero ellos se
quedarán sin pan. Creo que podré llegar a un acuerdo, estoy dispuesto a
subirles el sueldo y a mejorar las condiciones del economato-.
-
No es el momento de ceder -decía Benítez-. Si ven debilidad en los patronos,
todos tendremos que subir los sueldos-.
-
Podemos -le dijo un banquero invitado- darte un crédito para que aguantes estos
primeros días de huelga. Después la Guardia Nacional los meterá en cintura-.
-
No quiero una solución provisional -dijo Andrés-, en el fondo todos sabemos que
son reivindicaciones justas-.
-
En la capital -habló Jezabel- tenéis un punto de vista demasiado liberal, no os
importa destruir lo que tanto nos ha costado alzar, lo que tengo no es
exclusivamente mío, tengo un deber con mi familia. Si empezamos a dar ahora
mañana nos lo quitarán todo.
La
conversación fue interrumpida por la noticia de que los obreros al fin habían
ocupado la fábrica de Andrés, éste dejó rápidamente la velada y se dirigió a su
fábrica.
Jezabel,
en un momento que estuvo a solas con Benítez le comentó:
-
Andrés debe ser destruido, nos llevará a la ruina-.
El rostro de mi abuela iba perdiendo dulzura a
medida que me contaba la historia. Me dijo que cuando Andrés llegó a la fábrica
fue retenido por sus obreros, el hombre quiso ser conciliador, pero la amenaza de
que la Guardia Nacional se dirigía hacia ellos, convirtieron las palabras de
Andrés en un desesperado intento de ganar tiempo. Fue recluido en un viejo
almacén del recinto. La Guardia Nacional ya rodeaba la fábrica y fue precisamente
en la zona donde estaba retenido Andrés donde comenzó a prender fuego, de allí
salieron unos obreros corriendo con unas pequeñas antorchas y unos botes de
material inflamable. La policía ya estaba dentro de la fábrica y las siluetas
se recortabas sobre el fondo de fuego del que salían, la Guardia Nacional
disparó sobre ellos, donde dos cayeron abatidos por las balas. Uno de los
muertos, con ropas de obrero, era Benítez.
A
la casa de Jezabel llegó la noticia de la retención de Andrés y que estaba
atrapado en el almacén fabril, donde parte de éste ya era pasto de las llamas.
Los bomberos estaban intentando apagar el fuego. Cuando llegó Jezabel y la
esposa de Andrés, los bomberos les impidieron el paso -Es muy peligroso, la
techumbre no aguantará mucho-. Del interior se oían voces de socorro. La esposa
de Andrés quiso ir a salvar a su marido, pero Jezabel la retuvo:
-
Déjeme, querida que haga algo bueno. A mí no me falta coraje para entrar,
tampoco creo que a usted, pero yo puedo actuar con más frialdad. Mis ojos ya no
tienen lágrimas que me impidan ver-.
Y
mojándose el vestido entró corriendo en dirección al lugar donde los gritos no
cesaban de pedir socorro. Mi abuela en ese momento perdió el habla, sus
músculos faciales intentaron decirme algo, pero no pudo; un sudor inundó su
rostro y se desmayó.
La
llevamos a un hospital, tardó tres semanas en recuperarse, pero estaba muy
débil y ya no se volvió a hablar más sobre esta historia, ni yo a preguntar...
Jezabel es una película de 1938 dirigida por William Wyler y protagonizada por la gran diva Bette Davis.
ResponderEliminar- He desarrollado el relato al que llamo "la huelga"; las peripecias las he cambiado, pero creo que he sabido respetar los clímax dramáticos que configuran la historia. Creo que una historia se "redondea" cuando los conflictos expuestos como "constantes" son planteados en cada uno de lo que podríamos llamar actos dramáticos:
a) Primer acto: tenemos dos constantes: la huelga y el vestido que produce la ruptura (la protagonista pierde lo que más quiere).
b) Segundo acto: tenemos una constante: el vestido, esta vez representa la humildad (la protagonista lo utiliza como "arma" para recuperar lo que más quiere). Al no conseguir su objetivo decide destruirlo.
c) Tercer acto: tenemos una constante: la huelga, quiere ser el castigo. La protagonista quiere sacrificarse con su objetivo, o lo salva o se destruyen juntos.
CARLOS: ESTE RELATO ME HA GUSTADO MAS QUE EL ÚLTIMO QUE PUBLICASTES.
ResponderEliminarMe ha transportado a ver las escenas que ha contado, porque las huelgas las he vivido cuando era joven.
Muy bien contado
felicidades
Un abrazo
Leonor
Buen guión, exponente de un perfil humano que vemos frecuentemente en nuestra sociedad del siglo XXI. Hemos visto este mismo tratamiento del fenómeno en la literatura clásica, pero era necesario que se tratara en
ResponderEliminarla literatura actual puesto que forma parte de nuestro mundo de ahora. Las personas que se convierten en esclavos de su temperamento y sin darse cuenta abordan a sangre y fuego los obstáculos que la vida les va poniendo al paso, acaban siendo derrotadas por esos avatares a los que no han sabido superar con inteligencia. La fuerza no es la mejor herramienta para eludir las dificultades. Y Jezabel no aprendió nunca esta gran verdad.